Domingo XVI
Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 24-43) – 20 de julio de 2014
Monseñor Alberto
Giraldo Jaramillo, Arzobispo emérito de Medellín, a propósito del conflicto que
vive nuestro país y recordando el documento de Puebla, decía en una entrevista:
“la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno. No podemos
decir: ustedes son los malos, nosotros los buenos”. Muy fácilmente, en medio de
los conflictos humanos, tomamos posición y señalamos a los demás como los
malos, sintiéndonos nosotros libres de toda culpa y como voceros de los
‘buenos’. Esto no sólo pasa en el ámbito sociopolítico, sino también en las
relaciones cotidianas, corriendo el peligro de pensar que los problemas se
solucionan desapareciendo al que piensa diferente. Desde luego, esta es una
falacia de la que despertamos tan pronto eliminamos al primer ‘contrario’,
porque más nos demoramos en hacerlo, que en surgir uno nuevo mejorado.
La contradicción
está sembrada en el corazón de nuestra propia existencia. Heráclito (ca.
540-480 a.C.), filósofo griego solía decir: “Pólemos, la guerra, es el
padre de todas las cosas”. Y también afirmaba: “El camino de subida y de bajada
es uno solo y el mismo”, queriendo recoger la percepción que él tenía de la
realidad, en la cual está siempre presente la contradicción... Nuestra vida no es
muy distinta. También en nosotros viven enfrentados el bien y el mal, y querer
negarlo o eliminar totalmente la raíz de lo negativo, es muy arriesgado, porque
se puede dañar también lo bueno.
Esto es,
precisamente, lo que señala Jesús en la parábola del trigo y la cizaña. Dentro
de cada uno de nosotros habita la contradicción y vivimos, permanentemente,
movidos por, lo que san Ignacio de Loyola llama, el Buen Espíritu y el enemigo
de natura humana. Por eso es muy importante discernir
constantemente las mociones (los movimientos) interiores, que pueden
manifestarse como pensamientos, sentimientos o sensaciones que tenemos frente a
los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.
Podríamos decir
que el Reino de los cielos se parece a una madre de familia que le sirve a sus
tres hijos un suculento plato de bocachico (pescado de los ríos de Colombia que
tiene la característica de tener muchas espinas) para el almuerzo. El primer
hijo opta por escarbar un poco el pescado y comerse sólo lo pulpito por miedo a
las espinas. El segundo hijo, se come el pescado sin mucho cuidado y se
atraganta con las espinas hasta que le tienen que dar un pedazo de yuca o de
papa para que no se ahogue. Y el tercero, pacientemente, va masticando con
cuidado cada bocado y va sacando a un lado las espinas, hasta que termina de
comerse el delicioso bocachico que su mamá le ofreció.
En nuestra vida
podemos tener una de estas tres actitudes. O esquivar siempre los obstáculos
por miedo a las espinas; o comernos todo sin darnos cuenta de lo que nos puede
hacer daño; o, finalmente, saborearla y degustar toda su riqueza, seleccionando
bien cada bocado, para quedarnos con lo bueno, con los nutritivo, con lo que
nos alimenta, sin despreciar nada de lo que Dios nos brinda con amor, pero sin
tragarnos el veneno y la cizaña que no se pueden eliminar completamente de
nuestra vida.
Un saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana
No hay comentarios:
Publicar un comentario