Domingo XVII Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 44-52)
– 27 de julio de 2014
Hugo Canavan, teólogo carmelita norteamericano, especializado en
estudios bíblicos y en la animación de pequeñas comunidades de base entre los
campesinos de Colombia, recientemente fallecido, estaba dando un curso de
Biblia en un barrio popular de Bogotá. Yo colaboraba en esa época en las
pequeñas y frágiles Asambleas familiares que iban creciendo en medio de las
luchas entre las pandillas y el hambre que produce el desempleo y la falta de
oportunidades. Recuerdo, como si fuera ayer, la manera como Hugo fue
explicando, en la casa de don Carlos y doña Isabel, la importancia de la
Palabra de Dios para nosotros. Estando en medio de la gente, éramos unas
treinta y cinco personas, contando a las mujeres y los niños, se
quitó las gafas y comenzó a contar:
"Había una vez un señor que pertenecía a una comunidad de base. Su
nombre era Marcos. Todas las semanas participaba de la reunión en la que
hablaban de los problemas del barrio, leían la Biblia y rezaban juntos pidiendo
a Dios o dándole gracias por lo que iba realizando en medio de ellos. Un buen
día don Marcos, que ya tenía setenta y siete años, comenzó a saludar a la gente
con otro nombre; a doña Belén la saludó como si fuera Ángela; a Ángela la
confundió con Mariela; a Saulo lo confundió con Benjamín; a don José lo saludó
como si fuera la señora Josefina. (Mientras Hugo contaba la historia, iba
haciendo la representación de lo que iba diciendo con los miembros de la
comunidad a los que daba el curso y les iba confundiendo los nombres).
Los que estaban presentes no corrigieron a don Marcos. Lo saludaban
naturalmente, aunque sabían que estaba equivocándose. Algunos, después de la
reunión, comentaron lo sucedido. Don Marcos estaba perdiendo la vista... por
eso, decidieron recoger una platica para llevarlo al médico, para que le
formularan una gafas. Así se hizo. La señora Mercedes se encargó de recoger la
colaboración de todos y de llevar a don Marcos al médico. A los quince días
llegó don Marcos otra vez a la reunión con las gafas en las manos y mostrándole
a todo el mundo el regalo que le habían hecho. Evidentemente, como llevaba las
gafas en las manos, volvió a confundir a todo el mundo. Le decía a Carlos: «¡Mire
don Saulo las gafas tan bonitas que me regalaron!»; y a doña Belén le dijo: «¡Cuánto
les agradezco doña Josefina por estas gafas tan buenas que me han regalado
entre todos! ¡Dios se lo ha de pagar!» (Hugo iba representando a don
Marcos con las gafas en sus manos y mostrándoselas a la gente, confundiéndoles
el nombre)".
Después de contar la historia y representarla, Hugo lanzó la pregunta,
«¿Entienden ustedes lo que esto significa?» Y fue recogiendo las conclusiones
que la gente iba sacando: Por ejemplo, decían: «Así pasa con la Biblia; la
gente la recibe y está muy orgullosa de tenerla, pero no la utilizan para lo
que es». «La Biblia no es para mostrarla a los demás, sino para poder ver
a los hermanos que tenemos al lado; es para reconocer a los que sufren junto a
nosotros». «La Biblia es como unas gafas que nos sirven para ver la
realidad con los ojos de Dios; no es para quedarnos viéndola a ella sola y
mostrándola orgullosamente a los demás». «Tener gafas y no colocárselas es
como los que compran la Biblia y luego la colocan en un lugar bien bonito de la
casa, pero nunca la leen en grupo, ni personalmente. Es como un adorno más en
la casa». Y así, sucesivamente...
Las parábolas, que fue la forma como Jesús comunicó los secretos del
Reino a los hombres y mujeres de su época, siguen teniendo hoy un valor
incalculable. Implican a los que las escuchamos en el aprendizaje. No nos deja
por fuera de lo que se está enseñando, sino que nos toca interiormente. Más que
comentar el contenido de la predicación de Jesús, deberíamos hacer como Hugo
Canavan a la hora de comunicar nuestro mensaje a los que tenemos alrededor...
copiarnos su estilo...
Saludo cordial.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano Académico
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Javeriana